Hay una
posición a la cual recurro orgánicamente cuando mi mente ya no soporta tanta
tormenta de pensamientos. Cuando quedo débil y dolido por la dureza de mi
autocritica. Tal vez más que una posición es un estado mental.
Rara vez me
afectan los comentarios externos porque rara vez me dicen algo que yo mismo no
me haya reprochado antes. Todas mis crisis personales son resultados de mi
propia combustión interna.
Entonces llega
ese punto límite en el que, mentalmente cansado y emocionalmente exprimido, al
ritmo de las lágrimas me suplico parar y quedar en silencio. Llega ese punto final
en el que quedo sin guardia, frágil, desarmado y rendido. Sólo puedo llorar y adoptar
una indefensa posición fetal al tiempo que me tapo los oídos y cierro los ojos.