2
de diciembre de 2012
Cuentos
del País de los Sueños (Siempre&Constante)
Se desarrollan las Olimpíadas anuales de todas las categorías. Todos
entrenan duramente para lograr despersonificarse hacia una temporal perfección
y poder ganar algún premio ya que la competición no es por cursos sino que es
individual.
Para las categorías musicales han propuesto un escenario universal,
donde el techo es el mismo cosmos pero no iluminado por estrellas o alas, sino
que la iluminación está dada por velas de llamas blancas distribuidas por todo
el cielo en abundancia. La cúpula del escenario propiamente dicho, es como si
fuera un fonógrafo gigante cuya forma garantiza la acústica y se direcciona al
universo. La plataforma, así como todo el resto, es de una tonalidad brumosa
que ilumina a la proximidad dándole a todo una color tenue sobrio. Sobre la misma
no hay ningún artista, ni ahora ni en ningún momento de las olimpíadas. Por
debajo está toda la orquesta y yo en el piano. Resalta el blanco de las camisas
que tenemos todos los músicos. Más allá del sector de participantes están las
plateas para seres humanos y otras arriba para los alados.
Yo frente a la partitura, sentado al piano en el instante previo a que
todo empiece...
-Mutación de dimensión-
Estoy en el predio de mi antiguo colegio, todo tiene una tonalidad
añeja como si el sueño estuviese siendo leído de un libro de leyendas milenarias
que más que del ayer son del hoy. Si bien estoy en el colegio está lleno de la
gente de la facultad.
Caminamos en el parque con el grupo y hablamos de las competiciones...
de repente miro hacia abajo y para mi sorpresa veo mi medalla de oro olímpica,
que por cierto es demasiada grande y gruesa a juzgar por el ancho de mi pecho y
abdomen. Allí está, escondida detrás del cierre de la campera. Entonces hago
memoria y recuerdo que yo también participé de las olimpíadas.
-Esto de que no me guste volver al pasado se me está saliendo de las
manos. ¡No hay presente sin pasados!
Recuerdo entonces mi victoria en la única categoría en la que me
presenté y que por cierto, fui el único en participar de ella. Parece que esa
medalla se me había encarnado. Dimensiones y dimensiones usándola, ya era tan
parte de mí que al mirarla me llamaba la atención que estuviese allí sin que yo
sintiese el constante peso de semejante pieza de oro en mi cuello.
De pronto me acuerdo de todo y me alejo del grupo. Todo se vuelve más
gris salvo el cielo que sigue ocre leyenda. Me acerco al estacionamiento de la
institución y desde lejos veo a Mamá llegar. Viene desde casa a felicitarme por
la medalla.
Al llegar al lugar me sorprende verla venir en elefante; un elefante
gris que simula ser del tamaño de un auto, un elefante en crecimiento, pero que en la dimensión de la
realidad (estamos en la de los gigantes) es uno de dimensiones humanamente esperables
para la especie. El tercio superior del elegante tiene algo que jamás había
visto, un molde de él mismo tallado perfectamente en madera pulida. Mamá viene
montada sobre esa madera. Le veo cara de cansada y puedo ver secretos pasar por
sus ojos. Me preocupo.
-¿Por qué viniste en elefante? ¿Qué pasó?
-Felicitaciones hijo, a ver la medalla. (suena cansada)
-¿Cuánto tardaste en llegar hasta acá? ¿Qué está pasando?
Mamá eludía el tema del elefante y de su aspecto cansado y cada vez más
brillaba la medalla. Me pidió que la acompañara hasta el pórtico del colegio
para que volviera a casa. Hablamos tanto en el camino... está cansada de tantas
situaciones.
Ella iba montada y yo a la par caminando, pero ambas cabezas a la misma
altura.