18 de mayo de 2012
Cuentos
del País de los Sueños (Siempre&Constante)
Todo el grupo aristocrático estamos excesivamente maquillados y con
ropa de época; parecemos salidos de una obra de teatro. Peinados altos, grises
y rosas, ropa inflada, blanco pálida y con excesivos adornos y caras con
maquillaje agrietado por las intensas emociones.
El contraste con el ambiente social es fatal. Todo es tecnología,
grandes edificios y estructuras. Estamos en el epicentro mundial del bien y del
mal, donde los engaños ya no funcionan. La gente del mundo casi que no tiene
idea de lo que realmente está pasando. Está demasiada ocupada en los afanes del
diario vivir. Aquí, en la reserva, todos sabemos quién es quién, por qué
estamos donde estamos y quiénes son las autoridades realmente. Todo está aquí,
en la reserva de luz y tinieblas.
Aquí dentro no es como el resto del mundo, aquí hay mucha tecnología
pero también hay salvajes que constantemente persiguen a la aristocracia. Ellos
viven como animales, muchas veces aparecen embarrados, viven como si tuvieran
corazón de bestia y nos tratan con odio instintivo. Se mueven como demonios y
están gobernados por las autoridades de los altos edificios de vidrios
espejados y oscuros.
Como si fuésemos nosotros los equivocados hemos tenido que sortear eventos
en los que los salvajes nos han atacado. De hecho se han llevado a muchos de
nosotros y cada vez quedamos menos.
Por fin logramos llegar a una habitación construida arriba de un árbol.
En la misma había una larga mesa iluminada con velas y llena de comida. Es como
si la habitación y la mesa nos estuviesen esperando, el número exacto de
lugares, los alimentos justos; no había dueño de casa ni sirvientes; no había
puertas que diesen a alguna cocina o cuartos. Pero todo esto no parecía
impresionarnos.
Cada uno se sentó y empezó a comer. Estábamos angustiados. Sabíamos que
volverían en cualquier momento.
-No puedo entender cómo hay gente con tanto odio. No puedo entender cómo
la gente que conocí humanos llegaron a ser como animales.
Mi tesoro se sentó en una de las
puntas de la mesa. Y yo a su diestra. No era un momento agradable, nadie
hablaba. Todos teníamos un nudo en la panza, comíamos porque no sabíamos cuándo
volveríamos a hacerlo. El intenso silencio por fuera y los pulsos insoportables
de adrenalina corriendo por dentro me hacían mirar hacia todos lados.
-Están viniendo, puedo sentirlo. Están cerca. En cualquier momento
aparecerán.
Como espíritus de demonios empezaron a rodear la casa. Gritaban
susurros dirigidos a cada uno. Entraban a la habitación como ráfagas y cada uno
debía ponerse firme para no ser llevado.
Como un alma que de pronto siente que se muere, grité: -¡Mi tesoro!. Ya
no estaba más. Había sido arrebatada de mi lado. Salí fuera de la habitación,
gritando: -¡Devuélvanmela! ¡¡A ella no!! Llévenme a mí, a ella no. Gritos,
lágrimas, sollozos, desesperación, angustia sin fin.
Débilmente divisé cómo se iba toda embarrada en la oscuridad.
-¿Cómo la habrán convenido para llevársela? ¿Cómo se dejó convencer?
-!No podemos seguir en la reserva! Moriremos todos. Nos llevaran a cada
uno. ¡Salgamos! Entre los humanos del mundo ellos no pueden ser tal cual son.
La reserva estaba cercada por un doble gigantesco muro. ¿Cómo
llegaríamos allí sin que nos atrapen en el camino? Todo alrededor era césped
libre de árboles. Seríamos muy fácilmente visibles.
Ya desesperados, sin más querer que sólamente escapar como sea. Una
noche verde corrimos hasta el muro y nos dimos cuenta que había pequeñas
ranuras en todo el muro. Haciendo resistencia con los dedos en las ranuras
podríamos subir.
Subimos el muro y nos quedamos descansado entre un muro y otro. Éramos
un blanco fácil para cualquiera. Algunos demonios vinieron a dialogar con
nosotros de forma anónima. Eran imposibles pero sorprendente no llamaron al
resto.
Una vez pasado el pasillo que había entre los dos muros vimos la
puerta. La puerta no estaba custodiada por nadie, ni había alarmas u otro
artefacto. Sólo debíamos cruzarla y salir de allí.
Al salir nos envolvió una nube de humo y al abrir los ojos de nuevo nos
vimos en una estación asepiada del mundo engañado. Acá no éramos nadie y todos
simulaban ser cosas que no eran.
Todo era oscuro para ser día, y sin colores para ser creación... ¡Qué
triste es el engaño!
-Mi tesoro...
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