¡¡DEJÁ PROPINA ANTES DE IRTE!!

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octubre 12, 2012

TEMPERATURAS Y SINALMAS


21 de julio de 2012
Cuentos del País de los Sueños (Siempre&Constante) de un universo "mamálero"


Con la solemnidad propia del estar acercándose a una isla cementerio de gente que nunca jamás estuvo viva (vivir es mucho más que tan solo respirar y andar), viaja Mamá en una balsa de silueta gótica. La misma se encuentra llena de esclavos que no tienen rostro, sentimientos, detalles, voz ni voto... son solo objetos negros con forma de humanos que están animados y cuya única función es remar. Incluso la balsa está hecha del mismo material no vivo, sin luces ni matices, sin gracia más que la misma monotonía del negro, como si absorbiera la luz sin reflejarla.
El cielo pone al descubierto que la escena no está dentro de las dimensiones que el ojo humano puede ver, sino que hay otro tipo de provisión de luz y formación de la imagen a tal punto que el cielo es color celeste violáceo totalmente uniforme. Lo extraño es que no se ven astros que expliquen el color del firmamento, pero lo que si se siente es que la luz en esta realidad no depende de luceros sino de la subjetividad de los estados de ánimo del dominador. Por otro lado, cual tramado de venas y arterias, se extiende en todo el cielo lo que pareciera una especie de tejido que acompaña al monotono con un color negro inmutable. 

La balsa intenta avanzar por el único camino que lleva a esa isla, un desierto de agua en un estado no conocido por el hombre. Este agua tiene una unidad compacta, astillas por demás pesadas, y filosas. Es un océano que se comporta como un desierto o bien un desierto que se comporta como océano. Agua movediza más que congelada; lomas, pozos y acantilados de agua; y olas pero no al ritmo de los vientos (que aquí no existen) sino a uno caprichoso sin patrones diferenciables. Todas estas particularidades hacen que sea imposible que fuerzas o tecnologías humanas puedan cruzarlo.
Sobre la masa de agua-hielo se ve una bruma de hielo gaseoso que se apodera de los horizontes y juega con la balsa. A medida que avanza, deja a su alrededor las huellas en bruma revuelta; como si la bruma no estuviese acostumbrada a ser interceptada por otros ritmos que no sean los propios de la dimensión, y entonces hace rulos desorientados.

Dentro de la balsa, además de estar Mamá y los remadores, se encuentra un anciano milenario vestido de traje y galera color blanco nieve no luminoso. Un anciano que bien podría pasar por alguien de 40 años. Este señor parece ser uno de los que une las dimensiones y, comparándolo con todo el cuadro, ese blanco desentona imperiosamente con las temperaturas dominantes. Él dirige la balsa y seguramente no es lo único que dirige allí.

Hace frio, pero nadie se inmuta por eso. Los sonidos son todos mudos, sólo se escuchan voces de gente viva y música de instrumentos no humanos.
El tiempo no trascurre como si se agotara el día sino como si cada segundo se estuviera ganando tiempo.
El viaje iba avanzando geográficamente y ya se podía ver a lo lejos, esbozos de sangre en las nubes.

La isla está custodiada por lo que fueran pirañas gigantes terrestres, monstruos horribles que el anciano de blanco sabía controlar. Al llegar les da su alimento y me invita a bajar. La balsa había parado inmediata a las escalinatas de un edificio, el único de la isla. Todo, absolutamente todo en esta isla, estaba hecho del material sin alma sólo animado, que se alimentaba de luz sin reflejarla.
El edificio tiene aspecto de abandonado y puede verse que desde adentro está iluminado por sangre que en forma de haces matizan el ambiente pero no los objetos.


Subimos la escalera hasta el primer piso, él abre la puerta y puedo ver un pasillo. De pronto detrás mío salen mis dos hijos, cuando chiquitos, jugando, dando vueltas y agitando sus alitas.

-¿De dónde salieron? ¿Cómo conocen este lugar?

El anciano de blanco nos lleva a los tres por el pasillo hasta su fin en otra puerta que también abre. Y es en este instante que, por primera vez en mi vida de esa dimensión, me doy cuenta de la realidad más cruda del universo.
Inundada en el asco y el asombro que sólo el contemplar la verdad absoluta inspiran, mis hijos empiezan a tocar música, música de instrumentos hechos por el anciano de blanco. Y no sólo tocan esos instrumentos sino que también danzan graciosamente ante tan crudo cuadro.
Todo lo que veo es un históricamente largo pasillo cuyo piso es una gran escalera, escaleras que suben hasta donde estamos nosotros. Puedo ver desde el principio hasta hoy. Lo aterrador de la visión es que en cada escalón se encuentra un ser humano tirado, parecieran vivos pero no lo están. Son sólo seres que no son, tirados a lo largo de cada escalón como esperando ser pisados.

-¡No entiendo la música y la normalidad de mis hijos ante tremendo horror!

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