¿De
qué sirve dar todo de uno mismo en un medio donde no es valorado?
¿De
qué sirve invertir tiempo en enseñarle a personas que interpretan, tu esfuerzo
y tus enseñanzas, como soberbia o como ganas de imponerte autoritariamente?
¿De
qué sirve prevenirle errores a los demás si por hacerlo te van a tildar de
represor, obsesivo y molesto?
¿De
qué sirve apadrinar a personas que no se ponen la camiseta, que no se la juegan,
que son incapaces de reconocer la entrega que involucra el querer que los demás
crezcan?
¿De
qué sirve invertir tiempo en aquellos que no tienen capacidad de escucha, ni de
empatía ni de reconocimiento?
Hoy
termino cayendo (lamentablemente
cuando la realidad atañe a la adultez siempre es caer, nunca subir) en una
realidad muy dura:
Mientras
uno más entiende a los demás, menos lo entienden a uno;
Mientras
uno más defiende y protege a los demás, menos lo defienden y protegen a uno;
Mientras
uno más ayuda y cubre a los demás, menos lo ayudan y cubren a uno.
Mientras
uno más lucha por los demás, menos luchan por uno.
Hay
cosas que no se enseñan, ni se previenen, ni se dictan, ni se anticipan. El
golpe, el porrazo, la humillación y la derrota son duros, amargos y grandes
maestros. Porque a veces es preferible que se enojen con dios, que piensen que
la vida es injusta y el sistema una porquería; a veces es esa la única manera de
que no te vean como un autoritario déspota y despotriquen en tu contra. Tergiversan
el acto de cariño y lo leen proveniente del odio. Tergiversan, malentienden, se
dejan influenciar por venenosos, se envenenan y lentamente se autodestruyen.
Porque el día que nos olvidamos del valor de la lealtad: ese día en el cual
empezamos a no jugárnosla por nada ni nadie, ese día en que dejamos de
mantenernos firmes por una causa, ese día en que permitimos la burla de lo que
consideramos correcto, ese día en que permitimos sin juzgar, sin entender y olvidándonos
de la empatía; ese día en el que dejamos de ser transparente, ese día en el que
por el afán de agradar dejamos de respetar; ese día en el que nos quedamos sin
lealtad, ese día morimos.
Quiero
dejar de entender, de defender y proteger, de ayudar y cubrir; quiero dejar de
luchar. Una vez más llego a la misma conclusión, los “adultos” son una
decepción.
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